lunes, 2 de junio de 2014

Los girasoles ciegos. José Luis Cuerda.

 
Si alguna vez me preguntasen cuál es mi película española favorita, o por lo menos cuál está entre mis cinco preferidas, 'Los girasoles ciegos' ocuparía el primer o segundo lugar, muy reñida con 'Pa Negre', de la que quizá hable en un futuro, o incluso con la 'Viridiana' de Buñuel.
 
Recuerdo perfectamente cuándo la ví hace ya unos años, las emociones que despertó en mí.
 
Soy muy seguidora de películas que relatan sucesos acontecidos durante la Guerra Civil española, y la postguerra, pues todas ellas despiertan en mi un sentimiento de empatía, muy de ponerme en la situación de los protagonistas, lo que me lleva a disfrutarlas muy mucho.
 
Igual me ocurrió con otras como 'El laberinto del Fauno' o 'Miel de Naranjas' aunque en menor medida que la película que nos ocupa.
 
'Los girasoles ciegos' es la adaptación de la novela de Alberto Méndez, que fue Premio Nacional de Narrativa y Premio de la Crítica en 2005, y que por supuesto recomiendo leer antes de ver la película.
Además fue seleccionada por España como candidata al Oscar a la mejor película de habla no inglesa, aunque fue injustamente eliminada. 
 
Centrándonos ahora en el argumento, el contexto en el que transcurre la historia es en la Galicia de los años 40. Al mismo tiempo que sortea los problemas y crisis de la posguerra, Elena (Maribel Verdú) y su hijo Lorenzo (Roger Princep) mantienen las apariencias para ocultar diversos secretos de familia que podrían llevarles la vida en ello: Elenita (Irene Escolar), la hija adolescente, se ha fugado embarazada de su novio Lalo (Marín Rivas), un joven fichado por la policía. Por otra parte su marido (Javier Cámara) vive oculto en un hueco hecho en el dormitorio matrimonial. Por si esto fuera poco para llevar el día a día, aparece en escena Salvador (Raúl Arévalo), un sacerdote con muchas dudas sobre su profesión que complicará aun más las cosas.
 
En fin, un peliculón español como la copa de un pino. Los actores perfectos. El argumento genial, y las interpretaciones, todas ellas destacables, pero la de Raúl Arévalo, para quitarse el sombrero.


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